Pro-nombres de Córdoba

«La vida de un tenor es muy sacrificada»

Hace pocos años que levantó el vuelo desde Córdoba, pero la carrera internacional de Pablo García-López crece imparable. A sus 26 años, le llueven los contratos y acaba de ser portada de la prestigiosa revista Melómano . A punto de instalarse en Berlín aunque siempre con la maleta en la mano, este tenor con cara de niño bueno y cortesía de otros tiempos pasó por Córdoba para protagonizar como solista el estreno mundial en el Gran Teatro de la Sinfonía Córdoba , de Lorenzo Palomo. El día de antes, aparcando nervios y un resfriado que lo traía en un sinvivir por lo que pudiera afectarle a la voz –cosa que no ocurrió– hizo un hueco en su ajetreado ir y venir para dejarse entrevistar en el camerino del teatro. Y allí se reveló como un joven maduro y un artista sin divismos, pero con las ideas claras sobre cómo ensanchar los horizontes de su carrera en el complejo mundo de la ópera. Se levanta el telón.

–Ha llegado a Córdoba procedente de Lausanne, en cuyo Teatro de la Opera ha debutado con ‘Traviata’ al lado de la diva del momento, Olga Peretyatko, y los siguientes compromisos le llevarán al Palacio Euskalduna de Bilbao, a Berlín y Bologna. ¿No se cansa de viajar tanto?

–Pues sí… Al principio me cansaba muchísimo, me replanteé si merecía la pena tanto viaje y le cogí manía a los aeropuertos. Ahora creo que viajar se ha metido en mi ADN, forma parte de mi vida y ya me gusta mucho.

–¿Son distintos los públicos según el lugar donde se canta?

–Sí, por ejemplo el público español es un poquito exigente, y eso que no tiene una gran tradición en algunos repertorios; es reticente al principio, aunque luego cuando te quieren en una ciudad te dan mucho cariño. Fuera, me ha sorprendido mucho el público de Lausanne, que es muy entusiasta y pide rigor en que se conserve el carácter de la obra. Y hay otros públicos más fríos, como el de Oslo, que no es nada apabullante en el aplauso.

–¿Y esos matices los capta usted desde que sube al escenario?

–Sí, al segundo. Yo intento siempre tirar del público hacia mí, a veces se consigue y es precioso y otras veces cuesta ganárselo.

–Hoy se exige a los cantantes de ópera no solo cantar bien, sino saber actuar. ¿Cómo se ve de actor?

–Al principio me veía regular. Es un campo nuevo que no estudiamos en el Conservatorio, apenas hay formación. Pero en estos ocho años de carrera he podido trabajar con grandes directores de escena y eso me ha dado ciertas tablas. Digamos que me dejo llevar por ellos.

Y es que, como todos los artistas (escuela no le falta, ha tenido de maestro al mismísimo Plácido Domingo y a otros grandes), Pablo García-López se transforma sobre el escenario. Y aun así, cuesta trabajo imaginarse a este joven –pero menos de lo que aparenta con su trenca de colegial, su flequillo, su aire frágil y los diminutivos a los que recurre con frecuencia– sacudiéndose esa timidez con algo de osadía que lo envuelve para encarnar todo tipo de personajes a los que presta una magnífica voz y hechuras menudas.

–Supongo que se le darán bien los idiomas, no solo para moverse por el mundo sino porque la mayor parte de las óperas están escritas en alemán e italiano.

–Exacto, sí. El italiano lo hablo casi como el español, hablo también inglés y francés y estoy estudiando alemán. El texto es tan importante como la música.

–¿Tiene algún compositor o título preferido?

–A mí me han catalogado desde mis comienzos como un tenor mozartiano. Y es verdad que tengo un romance muy grande con Mozart, su música se adapta muy bien a mis cualidades vocales, y eso que es un compositor muy complicado para las voces. Además me formé en Salzburgo, su tierra, y he tenido la suerte de hacer gran parte de su repertorio. Próximamente haré el Réquiem en Málaga y Las bodas de Fígaro después del verano.

–¿Cómo describiría usted su tesitura de voz?

–Soy un tenor lírico-ligero. Quiere decir que tengo bastantes agudos pero que mi color de voz es un poquito oscuro. Es la vocalidad perfecta para lo que exige Mozart.

–Sé que también le gusta la zarzuela, que no hace ascos al ‘género chico’.

–No, no le hago ascos, sobre todo si se hace bien. Trabajo la zarzuela con el mismo rigor que una ópera. El Capitolio de Toulouse, que después de la Opera de París es el teatro más importante de Francia, ha programado siete funciones de Doña Francisquita con las que hemos tenido un exitazo. Yo he cantado canciones del también cordobés Lorenzo Palomo en Bretaña, Noruega e Italia, y te aseguro que a la gente le vuelve loca esa cosa castiza de la música española.

Desde que afianzó su carrera y empezaron a lloverle los contratos, Pablo García-López vive a caballo entre Madrid y Berlín, ciudad donde precisamente Lorenzo Palomo, establecido en ella hace tiempo, le ha ayudado a acomodarse. «Llevo tres años fuera de Córdoba –dice, poniendo cara de agobio–. Primero viví año y medio en Valencia, mientras perfilaba la técnica con Plácido Domingo en el Palau de les Arts, y después en Madrid. Pero me están saliendo muchas oportunidades de trabajo en Berlín y tengo que aprovecharlas». Pendientes de su agenda están dos representantes, uno en Madrid y otro en Berlín, y un secretario, lo que no impide que a menudo se sienta solo.

–¿Sabe apañárselas bien fuera de casa?

–Te levantas por la mañana y te preguntas ¿hoy dónde estoy? Porque vives en casas a las que vuelves después de muchos meses y en seguida tienes que coger un avión y encajarte en la otra parte del mundo. Pero, bueno, lo voy llevando. Y siempre estoy en contacto con mi familia, hablamos continuamente.

–La vida de un tenor está llena de luces, pero también de sombras, ¿no?

–Muchas. Todo el mundo ve el éxito, las luces, pero luego te vas solo a un hotel en una ciudad donde no conoces a nadie. Y como tienes que reponerte para la siguiente función, cenas un bocadillo y te acuestas. Has tenido a lo mejor a 2.000 personas en la puerta esperándote, pero estás separado de tu familia. La vida de un tenor es muy sacrificada, tenemos el mismo grado de exigencia que un deportista.

–Y le supondrá bastante sacrificio conservar la voz en plena forma. Antes, mientras le hacían las fotos, le he oído soltar una especie de grititos para vocalizar.

–Siempre estoy vocalizando. Y hago una técnica que se llama alexander, parecida al pilates y al yoga, porque creo que la voz no es solo cuestión de la garganta y las cuerdas vocales sino que el cuerpo entero influye en ella.

–¿Exige la misma preparación una ópera que un concierto de cámara o sinfónico, faceta en la que también ha destacado?

–Es distinto, una ópera es la suma de muchas personas, mientras que en el recital estás solo tú con el pianista. Es muy duro, porque ahí se notan todos los fallos. Tienes que tener una concentración psicológica extrema.

–Ha recibido clases magistrales de figuras como Teresa Berganza, Domingo y otros grandes del ‘bel canto’. ¿Con quién se ha compenetrado más?

–Hombre, con Plácido fue un gustazo dar clase. Y para mí ha sido también muy importante Juan Luque, el profesor con el que he estudiado en Córdoba, que ha trabajado mi voz desde el principio. Como un artesano me ha ido moldeando, aunque yo haya buscado luego fuera otras cosas necesarias para el perfeccionamiento no solo de la voz, sino de la mentalidad musical.

Ha sido frecuente la colaboración del tenor con la Orquesta de Córdoba en recitales desde que en el 2006 ganó un concurso convocado por su entonces director, Manuel Hernández Silva, del que guarda el mejor de los recuerdos («Vio en mí posibilidades que yo no veía», confiesa). Pero la última actuación quizá le haya supuesto un paso más, puesto que, como recuerda con la mirada encendida en alegría, la Sinfonía Córdoba fue compuesta por Palomo pensando en él. «Creyó en mí desde que me escuchó la primera vez, hace ya muchos años –explica agradecido–. El, que procede de Los Pedroches, como mis padres, es un gran triunfador aunque aquí no nos demos cuenta, y ahora me ha hecho este regalo».

–Desde tan lejos le costará guardar relación con Villaralto, el pueblo de su familia.

–Yo adoro Villaralto, he hecho muchos conciertos allí, y el pueblo me demuestra su cariño, me ha tomado como estandarte. Y en cuanto a mi familia, he tenido siempre su apoyo, aunque, siendo mi madre enfermera y mi padre ingeniero agrónomo, es decir, sin nada que ver con la música, al principio se sorprendieron mucho de que quisiera dedicarme a esto, pero han respetado mis decisiones artísticas. Ahora se sienten muy orgullosos de mí. No se me olvida la cara de mis padres cuando debuto en algún teatro de Europa.

–¿Se siente reconocido en Córdoba?

–Me siento queridísimo por el público cordobés, aunque no tanto por las instituciones, que miran más para los deportistas. Por suerte el público cordobés, que tiene un gran nivel, me sigue mucho en las redes sociales. Me preguntan constantemente que cuándo voy a venir a cantar y la verdad es que intento hacer al menos un par de cosas al año aquí.

–¿Reúne el Gran Teatro buenas condiciones para un espectáculo operístico?

–Acústicamente no es el mejor teatro del mundo (sonríe), y el foso es pequeño para algunos repertorios, pero yo me siento muy a gusto en él. Aquí he aprendido a cantar en público.

–Conocerá los problemas de supervivencia que afronta la Orquesta de Córdoba, ¿no?

–Estoy muy al tanto y muy comprometido con ellos. Yo he bajado mucho mi caché con la Orquesta de Córdoba; aquí vengo no diré que gratis pero sí dispuesto a arrimar el hombro.

–Me han dicho que de niño cantaba en las fiestas familiares. ¿Qué le queda de entonces?

–Queda mucho. Soy una persona muy alegre. Y me gusta que la gente esté feliz donde yo estoy. Me sigue pasando incluso en los países más serios, me gusta ser el alma de la fiesta.